La aventura de ser la encargada de la compra
Ir a hacer la compra nunca ha sido mi plan favorito en la vida 🙃. En España ya me daba un poco de pereza, pero desde que vivimos viajando en la camper y me toca entrar en supermercados extranjeros… la cosa se convierte en toda una aventura. Y ojo, que digo “aventura” porque suena bonito, pero la realidad es que más de una vez me he agobiado hasta el punto de querer salir corriendo.
Normalmente es Jota quien se queda fuera con Dante, nuestro peludo, y yo me enfrento a las estanterías. Puede sonar a que me gusta controlar lo que compramos, pero en realidad es porque no hay otra: no podemos entrar los tres, y alguien tiene que elegir qué cenamos esa noche. Y claro, yo que ya en España me lío con los pasillos, imagínate en Francia, donde los productos cambian, los formatos son distintos y encima todo está escrito en un idioma que entiendo a medias 🤯.
La primera vez que crucé las puertas de un supermercado francés me sentí como Alicia cayendo en el País de las Maravillas. Todo me sonaba, pero nada era igual. Sabía que iba a encontrar leche, huevos o fiambre, pero no del modo en que los había comprado toda mi vida. Esa sensación de familiaridad extraña me acompañó durante todo el recorrido, y todavía hoy, después de varias compras, sigo teniendo la impresión de que cada pasillo me pone a prueba.
El idioma: mi enemigo número uno 📱
Lo primero con lo que me topo siempre es el idioma. Y no hablo solo de entender la palabra “lait” (leche) o “oeufs” (huevos). Hablo de productos envasados con descripciones kilométricas que parecen escritas para un examen de francés avanzado.
Hay veces que alguna palabra me suena al valenciano y puedo deducir qué significa. Eso me da confianza, claro… hasta que me equivoco y me llevo otra cosa que no era. Me pasó con una especie de fiambre que yo juraba que era jamón cocido y resultó ser algo raro, casi una mortadela.
El traductor del móvil es mi salvavidas. Lo llevo siempre en la mano y me paso media compra enfocando etiquetas. Eso sí, no siempre ayuda: cuando la traducción es literal me deja más dudas que certezas. Imagínate que el traductor te suelta “pasta de grasa untuosa”… ¿y ahora qué hago? 🤦♀️
Y por supuesto, preguntar a un dependiente está descartado. No me atrevo. Si ya me cuesta en España pedir ayuda, en francés sería un show digno de cámara oculta. Prefiero tardar media hora más, pero aclararme sola.
Los fiambres: sorpresa tras sorpresa 🥪
Una de las cosas que más me confunde son los fiambres. En España compras por gramos: 200, 500, un kilo si te da la gana. Aquí no. En Francia compras por lonchas. Sí, sí, lo que lees: te pone “4 tranches” y eso significa que dentro hay cuatro miserables lonchas de jamón de york.
La primera vez me sentí estafada. Pagué casi dos euros por lo que, básicamente, era la merienda de un niño. Lo abrí en la camper con la ilusión de preparar unos bocadillos y casi me da algo.
Lo peor es que no hay un criterio único. A veces encuentras packs que sí marcan gramos, pero no es lo habitual. Eso significa que cada vez que quiero comprar embutido me toca revisar con lupa qué pone en el envase. Y creedme, con el supermercado lleno y la gente pasando a tu lado, la presión se siente. Yo ahí parada con cara de detective, móvil en mano, como si estuviera resolviendo un enigma de Agatha Christie.
Quesos: del paraíso esperado a la realidad 🧀
Aquí es donde me llevé una de las mayores desilusiones. Pensar en Francia es pensar en queso. Uno se imagina estantes infinitos de delicias, de esos quesos con carácter que hacen historia en cualquier plato. Pues la realidad de los supermercados de diario es otra.
No voy a decir que no haya queso, porque lo hay y mucho. Pero la mayoría son quesos frescos, blandos y de sabores suaves. Si lo que buscas es un manchego curado, un queso de oveja de esos que rascan en la lengua o algo intenso como los que compramos en España… olvídate.
En los lineales abundan el emmental rallado y variantes muy parecidas. Alguna vez he encontrado gouda, cheddar y hasta una mezcla de tres quesos. El día que vi cheddar rallado casi me emociono, lo cogí con la misma ilusión que cuando de pequeña me dejaban elegir un juguete. Pero no es lo habitual.
Es curioso porque, al mismo tiempo, sí hay quesos franceses conocidos, pero no son los que suelo consumir. Los veo en el pasillo y me quedo mirándolos, pero no termino de animarme porque no son parte de mi “zona de confort quesera”. Y claro, pagar seis u ocho euros por un queso que no sé si me va a gustar… pues me da respeto.
En resumen: sí, Francia es tierra de quesos, pero el supermercado del día a día no es un festival para los españoles amantes del curado. Más bien, es un recordatorio de cuánto echo de menos mi trozo de manchego con pan y un chorrito de aceite.
Mis pequeños fails de principiante 🙃
Lo peor de todo es que estas diferencias hacen que cada compra se convierta en un campo de minas. A veces me llevo algo convencida de que es lo que necesito y al llegar a la camper descubro que no. Y ahí llega el momento de prueba: o lo usamos aunque no nos guste, o lo dejamos olvidado hasta que, con dolor, termina en la basura.
Una vez, por ejemplo, compré lo que pensé que era un pack de jamón serrano en lonchas. El precio ya me pareció sospechoso, pero lo cogí igualmente. Al abrirlo resultó ser un embutido diferente, con un sabor dulzón que nada tenía que ver con lo que esperaba. Acabó troceado en una ensalada porque no sabíamos qué hacer con él.
Y ni hablemos de las prisas. Cuando estoy cerca de caja y noto que el supermercado empieza a vaciarse, me entra la angustia. Siento que todos saben moverse por los pasillos menos yo. Que ellos entran, cogen lo que necesitan y salen. Mientras tanto, yo sigo atrapada en la sección de lácteos comparando etiquetas como si mi vida dependiera de ello.
El peso de la nostalgia gastronómica 🇪🇸
Si algo noto cada vez que hago la compra en Francia es cuánto echo de menos los productos de casa. En España tenemos tan interiorizado abrir la nevera y encontrar queso curado, aceitunas, atún en aceite de oliva o una simple barra de pan… que no te das cuenta de lo privilegiados que somos hasta que sales fuera.
Aquí, en cada visita al súper, me doy cuenta de que la gastronomía española me acompaña incluso cuando no la tengo delante. Me descubro pensando en unas aceitunas rellenas de anchoa mientras miro un bote triste de aceitunas verdes sin hueso. O soñando con un buen bocadillo de chorizo mientras me enfrento a embutidos que poco tienen que ver con los nuestros.
Esa sensación de “no pertenezco” me genera ansiedad, lo reconozco. Porque no solo es que no encuentre lo que quiero, es que me siento fuera de lugar. Como si el simple hecho de comprar comida me recordara que estoy lejos de casa.
El atún: natural o nada 🐟
Si en España ir a por atún en lata es tan sencillo como elegir el pack de tres, de seis o de doce, en aceite de oliva, de girasol o natural… en Francia la cosa cambia bastante. Aquí lo habitual es encontrar latas individuales, más grandes de lo que solemos ver, o directamente latas gigantes como para montar un catering. Lo de los packs cómodos casi ni existe, y eso ya de entrada rompe la rutina que tenemos tan interiorizada.
El sabor también es otro tema. En aceite de oliva no he visto ni una sola opción en todo el tiempo que llevamos comprando en Francia. Lo máximo que encuentras es alguna marca que lo ofrece en aceite de girasol. Y la mayoría, natural. Sí, tal cual. El que está acostumbrado a su latita en aceite de oliva para una ensaladilla o un bocadillo se lleva un chasco importante.
Lo curioso es que, pese a la falta de variedad, los precios del atún natural suelen ser algo más económicos que en España. Pero claro, barato o no, no siempre es lo que quieres. Ese sabor diferente acaba marcando la diferencia, sobre todo si lo usas tanto como nosotros.
La leche: adaptarse o morir 🥛
Aquí es donde más notamos el cambio. En España, lo habitual en casa era la desnatada. En cualquier supermercado entrabas y la encontrabas sin problema, incluso en distintas marcas y formatos.
Hace poco nos habíamos pasado a las leches vegetales: yo con mi soja sabor vainilla para preparar el matcha de cada mañana, y Jota con su almendra ligera para el café. Pero claro, llegamos a Francia y eso desaparece del mapa.
Aquí la leche se reduce a dos opciones: entera o semi. Y si quieres sin lactosa, solo hay una variedad genérica. No te dicen si es entera o semi. Nada. Yo me he tenido que pasar a esa, sin saber exactamente qué estoy tomando, y cada vez que la sirvo me río sola pensando en lo absurdo que es.
Jota, por su parte, se ha tenido que conformar con la leche de almendras que encuentre. Porque aquí eso de ligera, sin azúcares añadidos o con variantes… no existe. Básicamente, compras lo que hay y agradece.
Bebidas vegetales: variedad cero 🌱
Si lo de la leche ya nos choca, lo de las bebidas vegetales es todavía peor. En España tienes pasillos enteros con opciones infinitas: avena con cacao, soja con vainilla, almendra sin azúcar, avellana, coco, incluso barista para el café. Aquí no.
En Francia lo normal es encontrar una de avena y una de almendra. Y gracias. Con un poco de suerte, en algún supermercado grande aparece una de soja, pero no es lo habitual. Nada de sabores, ni versiones “light”, ni formatos curiosos.
Esto, que puede parecer un detalle, a nosotros nos afecta bastante porque ya lo teníamos incorporado en nuestra rutina diaria. Y pasar de tanta variedad a tres opciones contadas es un recordatorio más de que aquí la compra se vive de otra manera.
Huevos: ni M ni L 🥚
La sección de huevos en Francia también me desconcierta. En España tenemos muy asumido eso de escoger talla: M, L, XL… Aquí no. Aquí eliges media docena, una docena o un pack gigante de 30 huevos. Y ya está.
La única distinción que puedes hacer es si son criados en suelo o al aire libre. Nada de camperos con mil etiquetas. Eso sí, de vez en cuando aparece alguna sorpresa: los huevos con dos yemas. La primera vez que me encontré uno no sabía si emocionarme o asustarme, pero admito que le hice foto como si fuese un trofeo 😅.
Lo malo es que el tamaño medio suele ser más pequeño de lo que consideramos normal en España. Y cuando estás acostumbrada a calcular recetas con huevos “grandes”, tienes que ajustar sobre la marcha.
Refrescos: un formato distinto 🥤
Nosotros somos de Coca-Cola Zero, y en España la encontramos en todos los formatos posibles. En Francia, en cambio, las cosas cambian.
Las botellas suelen ser de 1,5 o 1,75 litros. Y las latas no son las clásicas, sino esas más altas y finas que parecen hechas para un público “fitness”. Lo que desaparece casi por completo es la Coca-Cola Light. Aquí tienes la normal o la Zero. Y ya.
Me hizo gracia darme cuenta de que en muchos supers franceses ni siquiera hay tanta variedad de refrescos como en España. No esperes ver decenas de marcas compitiendo por tu atención. Aquí son menos, más claras y, en general, bastante más caras.
Rarezas de supermercado que me descolocan 🤔
Hay pequeños detalles que parecen insignificantes pero que me rompen los esquemas. Por ejemplo:
- La mantequilla 🧈. En España lo normal es que venga en un envase con tapa de plástico. Aquí casi siempre la encuentras en tacos envueltos en papel. Sí, como antes. Es incómodo porque una vez abierta cuesta mantenerla en condiciones, pero es lo que hay.
- Las pastillas de caldo 🍲. Nada de cajitas planas y discretas. Aquí vienen en cajitas de plástico tipo cubo. Parecen caramelos o juguetes más que caldo. La primera vez que las vi me quedé alucinada.
- Las lentejas 🥣. En España las típicas lentejas cocidas en bote de cristal son básicas. Aquí no. Aquí lo normal es encontrarlas en lata o, si quieres secas, buscarlas a granel en un súper eco. Y encima la variedad más habitual son las lentejas verdes du Puy, que tienen un sabor fuerte y un poco picante.
Cada visita al súper me depara una sorpresa. No es que falten productos, es que cambian tanto que tengo la sensación de que estoy aprendiendo a comprar desde cero.
Cosas que echo mucho de menos 🇪🇸
Más allá de los ejemplos concretos, lo que más me pesa es la falta de esos productos básicos españoles que te acompañan siempre.
- Las aceitunas 🫒, que en España son religión, aquí se reducen a una opción verde y sin hueso, carísima y con un sabor que deja mucho que desear.
- Los encurtidos en general, casi inexistentes. Olvídate de tus banderillas de toda la vida.
- Los embutidos como el chorizo, la sobrasada o un buen fuet. Sí, he visto alguno que se llama “fuet”, pero era blandurrio, corto y caro. Y lo de los chorizos es de chiste: compré unos en Lidl con toda la ilusión y acabaron sabiendo a cualquier cosa menos a chorizo.
Estos pequeños “no encuentros” se acumulan. Y hacen que cada compra sea un recordatorio de lo bien que vivimos en España en términos gastronómicos.
Productos que sorprenden en positivo 🇫🇷
No todo es negativo. Francia también tiene sus curiosidades que me arrancan una sonrisa. Lo más llamativo son los siropes para agua.
Son botellas enormes con sabores de todo tipo: fresa, menta, limón, melocotón… y la idea es echar un chorrito en el agua para darle sabor. Es algo tan típico aquí que hay pasillos enteros dedicados solo a eso. La primera vez que lo vi me quedé parada un buen rato, mirando la explosión de colores como si fuera una niña en una juguetería.
Otra cosa que me gusta es la claridad con la que presentan algunos productos locales. Se nota que hay orgullo por lo que se produce en Francia, y eso al final se refleja en los lineales.
El tiempo, mi mayor enemigo ⏰
Si todo esto fuera simplemente cuestión de productos y precios, me lo tomaría como un juego. Pero lo que me agobia de verdad es el tiempo. En Francia los supermercados cierran antes que en España. A las 19 o 20 horas, como mucho. Y eso, cuando estás acostumbrada a que en España un Mercadona te abre hasta las 21:30 o incluso más, es un cambio enorme.
Una tarde, por ejemplo, estaba tan centrada traduciendo etiquetas y buscando mis productos imposibles que no me di cuenta de la hora. De repente, vi cómo los pasillos se quedaban vacíos y un chico de seguridad apareció en la sección de panadería para decirme que estaban cerrando. Yo, que no entendí nada por megafonía, seguía tan tranquila en mi mundo.
Salí corriendo hacia la caja, cogiendo al vuelo cosas que ni me había parado a traducir. Y cuando por fin pagué y me dirigía a la salida… me bajaron la persiana justo a mis espaldas. Literalmente, casi me encierran dentro 🤦♀️.
Desde entonces, hemos cambiado nuestra estrategia: las compras, mejor por la mañana. Así tengo tiempo para hacerlas a mi ritmo, traducir con calma y no sentir que voy a protagonizar una escena de película francesa.
Precios que marean 💸
Uno de los grandes choques al hacer la compra en Francia son los precios. Lo que en España solíamos llenar por unos 120 €, aquí se dispara fácilmente hasta los 160 o 170 €. Y no hablo de una compra en un Carrefour de lujo en pleno centro de París, sino en un Aldi o Leclerc de un pueblo normal.
Es cierto que el poder adquisitivo de los franceses es más alto, pero cuando estás acostumbrada a pagar menos, cada ticket se convierte en un golpe a la moral. Lo notas especialmente en ciertos productos:
- Carne fresca 🥩: pollo, cerdo o ternera son bastante más caros que en España. Incluso las bandejas más sencillas te hacen pensarlo dos veces.
- Café ☕: sorprende ver cómo una simple bolsa de café molido puede costar un 30% más que en España.
- Fruta 🍏: manzanas, peras o kiwis suelen tener precios más altos. Y como además son productos que consumimos mucho en la furgo, el gasto se nota.
- Cerveza y alcohol 🍺🍷: aquí los impuestos pesan, y aunque hay variedad, los precios son claramente superiores a los españoles.
Luego hay sorpresas al revés. El atún natural, por ejemplo, puede salir más barato, igual que la leche o algunos productos básicos franceses. Pero en conjunto, llenar la nevera aquí es más caro. Y no solo es una cuestión de dinero: es la sensación constante de que no puedes comprar como lo harías en España, y eso me genera un punto de ansiedad que se acumula.
La experiencia emocional: entre el estrés y las risas 🙃
Cada compra en Francia es como una montaña rusa emocional. Entro con ganas de “a ver qué descubro hoy”, y a los cinco minutos ya estoy con cara de pánico frente a las etiquetas. El traductor en la mano, la gente pasando a mi lado con sus carros llenos y yo parada intentando descifrar si lo que tengo delante es lo que busco.
La frustración aparece cuando no encuentro algo que en España es básico: unas aceitunas rellenas, un queso curado, unas pipas para picar por la noche. Y aunque sé que son caprichos, forman parte de la rutina y del sabor de “estar en casa”. Cuando no los tienes, los echas de menos el doble.
Pero también hay momentos de risa. Como cuando Jota abre una bolsa esperando jamón y resulta ser un fiambre extraño con sabor dulzón. O cuando probamos una “imitación de chorizo” que sabía a todo menos a chorizo. Ahí nos miramos y nos entra la risa floja. Porque al final, aunque te fastidie el error, sabes que esas son las historias que vas a recordar después.
Lo que me he dado cuenta es que, aunque me agobie, forma parte de la aventura. Si todo fuese igual que en España, perderíamos ese punto de sorpresa y anécdota que tanto nos hace reír cuando lo contamos después.
Pequeños trucos que me salvan ✅
Con el tiempo, he aprendido a no vivir cada compra como si fuese un examen sorpresa. Hay cosas que me ayudan a salir menos agobiada:
- Traductor siempre a mano: aunque a veces no acierte, me da seguridad.
- Mirar bien los envases: sobre todo en los fiambres, fijarme si son gramos o lonchas.
- No obsesionarme con España: si no hay, no hay. Mejor probar algo nuevo que frustrarme.
- Comprar temprano: cuanto más tranquilo esté el súper, menos presión siento.
- Llevar lista flexible: lo que no encuentre, lo cambio por otra cosa. Así dejo de pelearme con lo imposible.
No son trucos milagrosos, pero al menos me devuelven un poco de control en medio del caos.
Reflexión final 🍷
Hacer la compra en Francia no es simplemente llenar el carro. Para mí se ha convertido en una especie de espejo: cada pasillo me recuerda a lo que tengo en España y me obliga a adaptarme a lo que hay aquí.
Hay días que me frustro, porque siento que tardo demasiado o porque pago más por productos que en casa son mucho mejores. Pero también hay días que descubro algo curioso, pruebo un sabor nuevo o me río de un error épico.
Al final, es una mezcla de nostalgia y aprendizaje. Echo mucho de menos algunos básicos españoles, pero también disfruto de la experiencia de probar cosas que nunca habría comprado si no estuviésemos viajando. Y aunque a veces me iría corriendo del súper, sé que son estas historias las que hacen única nuestra vida en la carretera.
Queremos escuchar tus anécdotas 📝
Una de las cosas que más nos gusta de compartir estas experiencias es leeros a vosotros. Seguro que muchos habéis pasado por algo parecido: ese producto que buscabais y nunca encontrasteis, esa rareza que probasteis por curiosidad y acabó siendo un descubrimiento… o al contrario, ese “fail” monumental que todavía recordáis con risas.
Nos encantaría que nos contéis en comentarios:
- ¿Qué productos echáis más de menos cuando viajáis fuera de España?
- ¿Cuál ha sido la compra más rara o sorprendente que habéis hecho en otro país?
- ¿Habéis encontrado algún truco para sobrevivir a los supermercados extranjeros sin morir en el intento?
Compartirlo aquí no solo nos sirve a nosotros, sino también a otros viajeros que están a punto de enfrentarse a la misma aventura. Así creamos entre todos una especie de “guía de supervivencia” real y divertida, hecha a base de experiencias auténticas.
Porque si algo está claro es que, aunque los precios nos mareen y las etiquetas nos confundan, siempre hay una historia detrás de cada carrito de compra. Y esas historias son las que hacen que viajar valga aún más la pena.
❓ Preguntas frecuentes: Hacer la compra en Francia
¿Es mucho más caro hacer la compra en Francia que en España?
Depende de lo que compres, pero en general sí. Productos como la carne, el café, la fruta o el alcohol suelen ser notablemente más caros que en España. Sin embargo, algunos básicos como el atún natural o la leche pueden salir más baratos. La sensación general es que el carro se llena menos y la factura sube más, lo que genera bastante contraste con la rutina española.
¿Qué productos españoles son casi imposibles de encontrar en Francia?
Los embutidos como el chorizo, el fuet o la sobrasada son complicados de conseguir con el sabor auténtico. Tampoco es habitual ver quesos curados como el manchego, ni aceitunas rellenas, ni encurtidos variados. Otros caprichos muy españoles, como las pipas, directamente no existen en la mayoría de supermercados franceses.
¿Hay variedad de leches y bebidas vegetales en Francia?
No tanta como en España. La leche se reduce a entera o semi, y la opción sin lactosa no aclara si es entera o semi. En bebidas vegetales, lo habitual es encontrar solo una de avena y una de almendra, y con suerte, alguna de soja. Nada de versiones light, sin azúcar añadido o con sabores como sí tenemos en España.
¿Los horarios de los supermercados franceses son muy diferentes?
Sí. Lo más común es que abran entre las 8 y las 9 de la mañana y cierren entre las 19 y 20 horas, incluso antes en pueblos pequeños. Los domingos suelen cerrar casi todos. Esto obliga a planear mejor las compras, ya que no es tan fácil improvisar a última hora como en España.
¿Qué productos curiosos o diferentes se encuentran en Francia?
Los más llamativos son los siropes de sabores para mezclar con agua, algo muy típico en los hogares franceses. También sorprenden las presentaciones diferentes de algunos básicos: mantequilla en tacos envueltos en papel, pastillas de caldo en cajitas tipo cubo, lentejas enlatadas o fiambres vendidos por número de lonchas y no por gramos.
¿Cómo evitar agobiarse al hacer la compra en Francia?
Lo mejor es ir con el traductor en el móvil, revisar bien las etiquetas y no obsesionarse con encontrar exactamente lo mismo que en España. Comprar por la mañana ayuda a reducir la presión y llevar una lista flexible facilita las cosas. Tomarse con humor los “fails” también transforma la frustración en anécdota de viaje.